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domingo, 20 de marzo de 2016

¿ QUÉ HACE DIOS EN UNA CRUZ ?







Pasión de nuestro Señor Jesucristo       Lucas 22, 14-23, 56



Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: 

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Y se repartieron sus ropas echándolas a suerte.

El pueblo estaba mirando.

Las autoridades le hacían muecas diciendo: 
A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido. 

 Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: - 

Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo


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José Antonio Pagola


Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un "Dios crucificado" constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El "Dios crucificado" no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.

Este "Dios crucificado" no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el "Dios crucificado". Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el "Dios crucificado" y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

Estos días de Semana Santa podemos mirar a Jesús Crucificado. ¿Qué sientes al verle sufrir a Él?

Él sabe muy bien lo que es estar mal y lo que es sentirse impotente. Él te está acompañando de cerca, también ahora, cuando sufres. Él está siempre acompañando a los que sufren.

Rezamos desde dentro a nuestro Dios crucificado:


Señor, confío en ti, tú estás sufriendo conmigo. 
Yo no sé cuándo, no sé cómo, pero un día
 conoceré la paz contigo y conoceré, por fin, 
la Vida definitiva contigo, Cristo ya, resucitado.




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