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sábado, 21 de diciembre de 2013

30 Reflexiones del Papa FRANCISCO


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30 Reflexiones del Papa FRANCISCO
ALEGRÍA del EVANGELIO (Evangelii Gaudium)

1

   El gran riesgo del mundo actual,

con su múltiple y abrumadora oferta de consumo,

es una tristeza individualista que brota
del corazón cómodo y avaro,
de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales,
de la conciencia aislada.


    Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses,

ya no hay espacio para los demás,
ya no entran los pobres,
ya no se escucha la voz de Dios,
ya no se goza la dulce alegría de su amor,
ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien.


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2

Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua.

Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo
en todas las etapas y circunstancias de la vida,
a veces muy duras.

Se adapta y se transforma,
y siempre permanece al menos como un brote de luz

que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado,
más allá de todo.


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3

Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos
que he visto en mis años de vida,

son los de personas muy pobres
que tienen poco a qué aferrarse.


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4

¿Llegamos a ser plenamente humanos?
 ¿Cuándo somos más que humanos?

Cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero.

Allí está el manantial de la acción evangelizadora.

Porque,

si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?


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5

Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal
una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo.

No es conveniente que el Papa reemplace
a los episcopados locales
 en el discernimiento de todas las problemáticas
que se plantean en sus territorios.

En este sentido,

percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».


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6

Ø    La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos
en la vida cotidiana de los demás,

achica distancias,
se abaja hasta la humillación si es necesario, y
asume la vida humana,
tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo.

Ø    Los evangelizadores tienen así «olor a oveja»
y éstas escuchan su voz.


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7

v Sueño
con una opción misionera capaz de transformarlo todo,
para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje

 y

toda estructura eclesial

se convierta en un cauce adecuado para
la evangelización del mundo actual
más que para la autopreservación.


v  La reforma de estructuras
que exige la conversión pastoral
sólo puede entenderse en este sentido:

procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras,
que la pastoral ordinaria en todas sus instancias
sea más expansiva y abierta,

que coloque a los agentes pastorales
en constante actitud de salida

 y

favorezca así la respuesta positiva
de todos aquellos
a quienes Jesús convoca a su amistad.


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8

Dado que
estoy llamado a vivir lo que pido a los demás,
también debo pensar
en una conversión del papado.

Ø    Me corresponde, como Obispo de Roma,
estar abierto a las sugerencias que se orienten
a un ejercicio de mi ministerio
que lo vuelva más fiel
al sentido que Jesucristo quiso darle

y

a las necesidades actuales de la evangelización.


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9

v   En su constante discernimiento,
la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias
no directamente ligadas al núcleo del Evangelio,

algunas muy arraigadas a lo largo de la historia,
que hoy ya no son interpretadas de la misma manera
y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente.

Pueden ser bellas,
pero ahora no prestan el mismo servicio
en orden a la transmisión del Evangelio.

No tengamos miedo de revisarlas.

v    Del mismo modo,
hay normas o preceptos eclesiales
que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas

pero que ya no tienen la misma fuerza educativa
como cauces de vida.


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10

Ø    A los sacerdotes les recuerdo
que el confesionario no debe ser una sala de torturas
sino el lugar de la misericordia del Señor
que nos estimula a hacer el bien posible.

Ø    Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios
que la vida exteriormente correcta
de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.


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11

La Iglesia “en salida” es una Iglesia con las puertas abiertas.

Salir hacia los demás para llegar a las periferias humanas
no implica correr hacia el mundo sin rumbo y sin sentido.

 Muchas veces es más bien detener el paso,
dejar de lado la ansiedad
para mirar a los ojos y escuchar,

o renunciar a las urgencias para acompañar
al que se quedó al costado del camino.

A veces es como el padre del hijo pródigo,
que se queda con las puertas abiertas
para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.


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12

Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero,
debe llegar a todos, sin excepciones.

Pero ¿a quiénes debería privilegiar?

Cuando uno lee el Evangelio,
se encuentra con una orientación contundente:

no tanto a los amigos y vecinos ricos
sino sobre todo a los pobres y enfermos,
a esos que suelen ser despreciados y olvidados,
a aquellos que “no tienen con qué recompensarte”     (Lc 14,14).

No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro.

Hoy y siempre,

 “los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio”,

y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos
es signo del Reino que JESÚS vino a traer.

Hay que decir sin vueltas
que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres.
Nunca los dejemos solos.


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13

Prefiero una Iglesia accidentada, herida y
manchada por salir a la calle,

antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades.

No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro
y
que termine clausurada en
una maraña de obsesiones y procedimientos.


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14

Así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro
para asegurar el valor de la vida humana,

hoy tenemos que decir

“NO a una economía de la exclusión y la inequidad”.

Esa economía mata.

No puede ser que no sea noticia
que muere de frío un anciano en la calle

 y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa.

Eso es exclusión.

No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre.

Eso es inequidad.

Hoy todo entra dentro del juego de
la competitividad y de la ley del más fuerte,

donde el poderoso se come al más débil.


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15

Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad.

Pero hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad
dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos

será imposible erradicar la violencia.

Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres
pero,
sin igualdad de oportunidades,

las diversas formas de agresión y de guerra
encontrarán un caldo de cultivo
que tarde o temprano provocará su explosión.

Cuando la sociedad local, nacional o mundial
abandona en la periferia una parte de sí misma,

no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia
que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.


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16

El individualismo posmoderno y globalizado
favorece un estilo de vida
que
debilita el desarrollo y la estabilidad de
los vínculos entre las personas,
y que
desnaturaliza los vínculos familiares.

La acción pastoral debe mostrar mejor todavía que
la relación con nuestro Padre

exige y alienta una comunión
que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales.

Mientras en el mundo, especialmente en algunos países,
 reaparecen diversas formas de guerras y enfrentamientos,
los cristianos insistimos en nuestra propuesta

de reconocer al otro, de sanar las heridas,
de construir puentes, de estrechar lazos y de
ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas”     (Ga 6,2).


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17

Nuestro dolor y nuestra vergüenza
por los pecados de algunos miembros de la Iglesia,      
y por los propios,

no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor:

Ø    ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz
en precarios hospitales,

Ø    o acompañan personas esclavizadas por diversas adicciones
en los lugares más pobres de la tierra,

Ø    se desgastan en la educación de niños y jóvenes,

Ø    cuidan ancianos abandonados por todos,

Ø    tratan de comunicar valores en ambientes hostiles,

Ø    se entregan de muchas otras maneras

que muestran ese inmenso amor a la humanidad
que nos ha inspirado el Dios hecho hombre.


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18

La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales
a veces

transmiten una marcada desconfianza
hacia el mensaje de la Iglesia,
y un cierto desencanto.

Como consecuencia, aunque recen,
muchos agentes pastorales desarrollan
una especie de complejo de inferioridad

que les lleva a relativizar u ocultar
su identidad cristiana y sus convicciones.

Se produce entonces un círculo vicioso,
porque así no son felices con lo que son y con lo que hacen,
no se sienten identificados con su misión evangelizadora,
y esto debilita la entrega.

Terminan ahogando su alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos
y
por tener lo que poseen los demás.


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19

Una de las tentaciones más serias
que ahogan el fervor y la audacia

es la conciencia de derrota
que nos convierte en
pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.

Nadie puede emprender una lucha si,de antemano,
no confía plenamente en el triunfo.


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20

El ideal cristiano siempre invitará a

superar la sospecha,
la desconfianza permanente,

el temor a ser invadidos,
las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual.


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21

Más que el ateísmo,
hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente
a la sed de Dios de mucha gente,

para que no busquen apagarla en propuestas alienantes

o

en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro.

Si no encuentran en la Iglesia
una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz
al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria

y

a la fecundidad misionera,

terminarán engañados por propuestas que
no humanizan ni dan gloria a Dios.


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22

La mundanidad espiritual,

que se esconde detrás de apariencias de religiosidad
e incluso de amor a la Iglesia,

es buscar,

en lugar de la gloria del Señor,
la gloria humana y el bienestar personal.

Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos:

“¿Cómo es posible que creáis,
vosotros que os glorificáis unos a otros
y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?” (Jn 5,44).


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23

Esta oscura mundanidad

se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas
pero con la misma pretensión de “dominar el espacio de la Iglesia”.

En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina
y
del prestigio de la Iglesia,

pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción
en el Pueblo fiel de Dios
y
en las necesidades concretas de la historia.

Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo

o

en una posesión de pocos.

En otros,

la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de
una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas,

o

en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos,

o

en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y
de realización autorreferencial.

También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo

en una densa vida social
llena de salidas, reuniones, cenas y recepciones.

O bien se despliega en un funcionalismo empresarial,

cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones,

donde el principal beneficiario
no es el Pueblo de Dios
sino la Iglesia como organización.


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24

La Iglesia reconoce el indispensable aporte
de
la mujer en la sociedad,

con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares
que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones.

Por ejemplo:

la especial atención femenina hacia los otros,
que se expresa de un modo particular,
aunque no exclusivo,
en la maternidad.

Reconozco con gusto cómo muchas mujeres
comparten responsabilidades pastorales
junto con los sacerdotes,

contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos

y

brindan nuevos aportes a la reflexión teológica.

Pero todavía es necesario ampliar los espacios
para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.


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25

Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres,
a partir de la firme convicción de que

varón y mujer tienen la misma dignidad,

plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían

 y

que no se pueden eludir superficialmente.

El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo
Esposo que se entrega en la Eucaristía,

es una cuestión que no se pone en discusión,
pero puede volverse particularmente conflictiva

si se identifica demasiado
la potestad sacramental con el poder.


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26

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión
a la intimidad secreta de las personas,

sin influencia alguna en la vida social y nacional,

sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil,

sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos.

¿Quién pretendería encerrar en un templo
y
acallar el mensaje de san Francisco de Asís
y de la beata Teresa de Calcuta?

Ellos no podrían aceptarlo.

Una auténtica fe
–que nunca es cómoda e individualista–

siempre implica un profundo deseo

de cambiar el mundo,
de transmitir valores,
de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra.


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27

Para la Iglesia

la opción por los pobres

es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica, política o filosófica.

Dios les otorga “su primera misericordia”.

Esta preferencia divina tiene consecuencias
en la vida de fe de todos los cristianos,

llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo” (Flp 2,5).


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28

Siempre me angustió la situación de
los que son objeto de las diversas formas de trata de personas.

Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos:

“¿Dónde está tu hermano?”  (Gn 4,9)

¿Dónde está tu hermano esclavo?

¿Dónde está ese que estás matando cada día

en el taller clandestino,
en la red de prostitución,
en los niños que utilizas para mendicidad,
en aquel que tiene que trabajar a escondidas
porque no ha sido formalizado?

No nos hagamos los distraídos.
Hay mucho de complicidad.
¡La pregunta es para todos!

En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante,

y

muchos tienen las manos preñadas de sangre
debido a la complicidad cómoda y muda.


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29

Entre esos débiles,
que la Iglesia quiere cuidar con predilección,

están también los niños por nacer,

que son los más indefensos e inocentes de todos,

a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana
en orden a hacer con ellos lo que se quiera,
quitándoles la vida
y
promoviendo legislaciones para que nadie pueda impedirlo.

Frecuentemente,
para ridiculizar alegremente la defensa que
la Iglesia hace de sus vidas,
se procura presentar su postura como algo
ideológico, oscurantista y conservador.

Sin embargo,
esta defensa de la vida por nacer
está íntimamente ligada a la defensa de cualquier derecho humano.

Precisamente porque es una cuestión
que hace a la coherencia interna de nuestro mensaje
sobre el valor de la persona humana,
no debe esperarse que la Iglesia
cambie su postura sobre esta cuestión.

Quiero ser completamente honesto al respecto.

Éste no es un asunto sujeto a supuestas
reformas o “modernizaciones”.


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30

A veces sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor.

Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana,
que toquemos la carne sufriente de los demás.

Espera que renunciemos a buscar
esos cobertizos personales o comunitarios
que nos permiten mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana,
para que aceptemos de verdad entrar en contacto
con la existencia concreta de los otros
 y
conozcamos la fuerza de la ternura.

Cuando lo hacemos,
la vida siempre se nos complica maravillosamente
y
vivimos la intensa experiencia de ser pueblo,
la experiencia de pertenecer a un pueblo.





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