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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Reflexiones del Papa FRANCISCO (Serie V)


Alegría del Evangelio --- (Serie V)

21

Más que el ateísmo,
hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente
a la sed de Dios de mucha gente,

para que no busquen apagarla en propuestas alienantes

o

en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro.

Si no encuentran en la Iglesia
una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz
al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria

y

a la fecundidad misionera,

terminarán engañados por propuestas que
no humanizan ni dan gloria a Dios.


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22

La mundanidad espiritual,

que se esconde detrás de apariencias de religiosidad
e incluso de amor a la Iglesia,

es buscar,

en lugar de la gloria del Señor,
la gloria humana y el bienestar personal.

Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos:

“¿Cómo es posible que creáis,
vosotros que os glorificáis unos a otros
y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?” (Jn 5,44).


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23

Esta oscura mundanidad

se manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas
pero con la misma pretensión de “dominar el espacio de la Iglesia”.

En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina
y
del prestigio de la Iglesia,

pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción
en el Pueblo fiel de Dios
y
en las necesidades concretas de la historia.

Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo

o

en una posesión de pocos.

En otros,

la misma mundanidad espiritual se esconde detrás de
una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas,

o

en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos,

o

en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y
de realización autorreferencial.

También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo

en una densa vida social
llena de salidas, reuniones, cenas y recepciones.

O bien se despliega en un funcionalismo empresarial,

cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones,

donde el principal beneficiario
no es el Pueblo de Dios
sino la Iglesia como organización.


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24

La Iglesia reconoce el indispensable aporte
de
la mujer en la sociedad,

con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares
que suelen ser más propias de las mujeres que de los varones.

Por ejemplo:

la especial atención femenina hacia los otros,
que se expresa de un modo particular,
aunque no exclusivo,
en la maternidad.

Reconozco con gusto cómo muchas mujeres
comparten responsabilidades pastorales
junto con los sacerdotes,

contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos

y

brindan nuevos aportes a la reflexión teológica.

Pero todavía es necesario ampliar los espacios
para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.


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25

Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres,
a partir de la firme convicción de que

varón y mujer tienen la misma dignidad,

plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían

 y

que no se pueden eludir superficialmente.

El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo
Esposo que se entrega en la Eucaristía,

es una cuestión que no se pone en discusión,
pero puede volverse particularmente conflictiva

si se identifica demasiado
la potestad sacramental con el poder.



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