TRES MIRADAS A
‘EVANGELII GAUDIUM’
José Ignacio González Faus
Josep M. Rovira Belloso
Luis González-Carvajal Santabárbara
PL I EGO
La esencia cristiana
movió al Vaticano II (en la constitución
sobre la Iglesia en el mundo), esto
le lleva a la raíz última de casi todas
las desigualdades, que está en el campo
económico. Y le inspira algunas
de las formulaciones más diáfanas
y valiosas de todo el documento. Eso es
lo que me gustaría mostrar aquí.
Esa radicación en lo económico actúa
en dos niveles: uno más primario, que se
expresa en una serie de consideraciones
globales sobre la realidad de pobres
y enfermos (protagonistas de los
evangelios, no lo olvidemos). Y otro que
concreta lo dicho sobre los pobres con
algunas reflexiones sobre nuestro (des)
orden económico tan profundamente
empobrecedor. Si algún piadoso cree que
eso es un reduccionismo materialista,
recuerde la frase de N. Berdiaeff que no
deberíamos cansarnos de repetir y que
parece animar todo el documento: “El
pan para mí es un problema material;
el pan para mi hermano es un problema
espiritual”. Luego, estas consideraciones
hacia fuera implicarán otras hacia
dentro que diseñen cómo debemos ser
nosotros y la Iglesia para poder realizar
esa misión1. Vamos a ir viéndolo.
1. Los pobres
“El kerygma tiene un contenido
ineludiblemente social” (núm. 177).
Es decir: “Existe un vínculo inseparable
entre nuestra fe y los pobres”, el cual
nos debe llevar a “privilegiar… no tanto
a los amigos y vecinos ricos, sino sobre
todo a los pobres y enfermos, a esos que
suelen ser despreciados y olvidados,
a aquellos que no tienen con qué
recompensarte” (núm. 48).
Si las cosas son así, y lo son, se sigue
una advertencia estremecedora para
todas las gentes religiosas: “Hacer oídos
sordos al clamor de los pobres, cuando
nosotros somos los instrumentos
de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa
fuera de la voluntad del Padre” (núm.
187). Sin una opción preferencial por
los pobres, todo anuncio del Evangelio
corre el riesgo de ser incomprendido y
de ahogarse en ese “mar de palabras al
que la sociedad de la comunicación nos
somete cada día” (núm. 199).
Y, para evitar escapatorias, convendrá
subrayar una conclusión bien clara:
“Ninguna hermenéutica eclesial tiene
derecho a relativizar ese mensaje tan
claro, tan directo, simple y elocuente.
Lo mejor de “La alegría
del Evangelio”
José Ignacio González Faus
Responsable del área teológica
de Cristianismo y Justicia
El alma de la pasada exhortación
del papa Francisco sobre la alegría
del Evangelio me parece que
radica en esta frase: “El Evangelio es
el mensaje más hermoso que tiene
este mundo” (núm. 277). Qué bien
dicho: no se trata de tener la razón ni
de “la religión verdadera” que está por
encima de todo. Se trata de una oferta,
de un anuncio que yo también considero
el más hermoso que he recibido:
la revelación del amor increíble de Dios
a los hombres, visibilizado en el envío
y la entrega de Su Hijo.
De esa oferta increíble se sigue este
párrafo central: “Cada persona humana
es digna de nuestra entrega. No por
su aspecto, sus capacidades… o
las satisfacciones que nos brinde, sino
porque es obra de Dios, criatura suya.
Él la creó a su imagen y refleja algo de
su gloria. Todo ser humano es reflejo de
la ternura infinita del Señor y Él mismo
habita en su vida… Más allá de toda
apariencia, cada uno es inmensamente
sagrado y merece nuestro cariño y
nuestra entrega. Por eso, si logro ayudar
a una sola persona a vivir mejor,
eso ya justifica la entrega de mi vida”
(núm. 274, subrayado del original).
He aquí el meollo del cristianismo.
Y de este venero tan rico, brota un
hilo conductor del texto que me parece
estar en la igualdad entre todos los
seres humanos y que Francisco prefiere
expresar con la palabra “equidad”,
la cual ayuda a percibir mejor cómo
toda desigualdad, toda inequidad es
una auténtica iniquidad. Curiosamente,
y siguiendo la misma intuición que
24
(…) No nos preocupemos solo por no
caer en errores doctrinales… A los
defensores de ‘la ortodoxia’ se dirige
a veces el reproche de pasividad, de
indulgencia o de complicidad culpables
respecto a situaciones de injusticia
intolerables” (núm. 194).
2. El desorden económico
Es fácil predecir que las consecuencias
económicas del apartado anterior
van a resultar explosivas. Si matar es
pecado, hay que proclamar que “nuestra
economía mata” y excluye: “No puede
ser que no sea noticia un anciano que
muere de frío en la calle y que sí lo sea
una caída de dos puntos en la bolsa…
No se puede tolerar que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre”
(núm. 53)2. Pero así es ya, sí se tolera.
Sin citarlos, se encara aquí Francisco
con todos los defensores de la teoría
del “goteo” (del derrame, en lenguaje
del documento), según la cual, cuando
los ricos tienen mucho, rebosan de sus
copas bienes suficientes que alimentan
a los pobres. Según el obispo de Roma,
“esa opinión, que jamás ha sido
confirmada por los hechos, expresa una
confianza burda e ingenua en la bondad
de quienes detentan el poder económico
y en los mecanismos sacralizados del
sistema económico imperante” (núm.
54). La realidad es, más bien, que
“mientras las ganancias de unos pocos
crecen exponencialmente, las de la
mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar de esa minoría feliz”. Y eso
es “¡la negación de la primacía del ser
humano!” (núm. 55).
Naturalmente, les ha faltado tiempo
a los fundamentalistas del Tea Party
para clamar escandalizados que “eso
es marxismo puro”. Hay que agradecer
esta reacción, porque pone en evidencia
la ignorancia de todos esos partisanos
del neoliberalismo más cruel: no
tienen ni remota idea de lo que es
marxismo. Y recurren al consabido
truco de etiquetar con una palabra que
les parece malsonante todo aquello que
les molesta (yo viví algo de este modo
de argumentar en mi infancia, cuando
demandas razonables de cambio en la
Iglesia se rechazaban con un indignado
“eso es protestantismo”. Luego vino el
Vaticano II y aceptó muchas de aquellas
cosas “protestantes”). Estos buenos
“teapartysanos” parecen creer que
el mundo se divide en dos: su egoísmo
(que es la verdad) y todo lo contrario
a ese egoísmo (que es marxismo).
Deberían leer y meditar el párrafo
de Francisco con que abríamos
esta exposición.
Pero el hecho es que, ante la situación
antes descrita, el Papa reclama “un
cambio de actitud enérgico por parte
de los dirigentes políticos” (núm.
58), y avisa que, sin ese cambio, “será
imposible erradicar la violencia…
que tarde o temprano provocará su
explosión” (núm. 59): porque “la
inequidad genera una violencia que las
carreras armamentistas no resuelven ni
resolverán jamás” (núm. 60). No aduce,
por inútiles, las lógicas consideraciones
morales contra esa evidencia:
simplemente, dice que será inevitable.
Y esa reacción violenta solo podrá
evitarse aceptando lo que
hoy más nos negamos a
aceptar: “El salario
justo [que] permite
el acceso adecuado a
los bienes destinados
al uso común” (núm.
192). Ya es otra bomba
la mera expresión “salario justo”, hoy
que hemos puesto de moda hablar
hipócritamente de “moderación
salarial”, evitando toda calificación
moral. Y así, sin darnos cuenta, nos
atrevemos a proclamar la afirmación
que más pone en cuestión nuestro
sistema: que solo los salarios injustos
crean puestos de trabajo. Pero eso,
¿es trabajo o esclavitud? ¿Es justo
un sistema que solo puede funcionar
con injusticias graves?
Me pregunto cómo recibirán estas
verdades nuestros gobernantes,
dado que varios de ellos se declaran
católicos, y todos pretenden que su
partido se inspira en el “humanismo
cristiano”, pese a que sus políticas
hayan sido literalmente inhumanas y
anticristianas, y sin percibir que están
confundiendo un individualismo egoísta
y competitivo con el personalismo
comunitario y solidario del humanismo
cristiano. Pero el hecho es que algunas
de las frases citadas suenan como
respuestas literales a declaraciones de
nuestro Gobierno; aunque sé bien que,
en última instancia, no es a ellos, sino
al FMI, a quien parecen ir dirigidas3.
En cualquier caso, y para concluir:
“La necesidad de resolver las causas
estructurales de la pobreza no puede
esperar… Los planes asistenciales
que atienden ciertas urgencias solo
deberían pensarse como respuestas
pasajeras. Mientras no se resuelvan
radicalmente los problemas de los
pobres, renunciando a la autonomía
absoluta de los mercados y de la
especulación financiera y atacando las
causas estructurales de la inequidad, no
se resolverán los problemas del mundo
y en definitiva ningún problema” (núm.
202). Los subrayados son míos. Los he
destacado porque, el mismo día en que
redacto este comentario, la prensa de
Barcelona destaca en titulares que “se
desborda la solidaridad en la recogida
para el banco de alimentos”. De acuerdo
con el texto citado de Francisco, creo que
lo que se desbordó fue la generosidad
(y ojalá continúe desbordándose).
Pero esa generosidad no da más que
“respuestas pasajeras”. Y lo urgente
es una solidaridad que atienda a
las causas estructurales que crean
esas situaciones desesperadas.
25
26
Son solo ejemplos. Pero todos brotan
de una preciosa visión global de la
Iglesia que vale la pena citar a pesar
de su extensión: “Prefiero una Iglesia
accidentada, herida y manchada por
salir a la calle, antes que una Iglesia
enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias seguridades.
No quiero una Iglesia preocupada por el
centro y que termine clausurada en una
maraña de obsesiones y procedimientos…
Más que el temor a equivocarnos, espero
que nos mueva el temor a encerrarnos
en las estructuras que nos dan una
falsa contención, en las normas que
nos vuelven jueces implacables, en
las costumbres donde nos sentimos
tranquilos, mientras afuera hay una
multitud de hambrientos y Jesús nos
repite sin cansarse: ‘Dadles vosotros de
comer’ (Mc 6, 35)” (núm. 49).
¿Quién no agradecerá este magnífico
texto? Él lleva a rechazar a quienes
“se sienten superiores a otros por
cumplir determinadas normas o por
ser inquebrantablemente fieles a cierto
estilo católico propio del pasado”
(núm. 94). Y aquí valen las palabras
evangélicas: “Quien tenga oídos para oír,
que oiga”.
5. A modo de apéndice secundario
Señalado lo anterior, que me parece
lo esencial y que es enormemente
consolador, cabe comentar otros
detalles secundarios sin pretensión de
exhaustividad: el texto es demasiado
largo y entra en otros mil campos que,
en mi opinión, habrían quedado mejor
en otro momento porque pueden diluir
lo anterior. El estilo es mucho más
directo que el de los clásicos documentos
pontificios: ha desaparecido el plural
mayestático (Nos…) para dejar paso a
un singular humilde. También llama
la atención algo de las citas, como es
el empeño por citar a sus predecesores
(y también a muchas conferencias
episcopales de todo el mundo) para
mantener una sensación de continuidad,
como el escriba sabio del evangelio que
saca de su tesoro cosas nuevas y viejas.
Además de eso, Francisco echa mano de
sus lecturas personales, y encontramos
citados a Bernanos, Guardini o el filósofo
argentino Ismael Quiles. Pero, en este
marco, sorprenderá la ausencia de
nombres como Rahner, Schillebeeckx,
que acaricien los oídos” (núm. 31),
como es práctica habitual en nuestra
Iglesia.
◼ La necesidad de una profunda
readaptación del lenguaje, porque con
frecuencia los fieles, “escuchando
un lenguaje completamente ortodoxo,
reciben algo que no responde al
verdadero Evangelio de Jesucristo”
(núm. 41)4.
◼ Otra advertencia de “tremenda
actualidad” es la de no acentuar
demasiado los preceptos de la Iglesia,
“para no convertir nuestra religión en
una esclavitud cuando la misericordia
de Dios quiso que fuera libre”
(núm. 43).
◼ Y, más teológicamente, recordar que
la unidad de la Iglesia “nunca es
uniformidad, sino multiforme armonía
que atrae” (núm. 117).
3. Una mística imprescindible
Por supuesto, Francisco sabe bien
que, en todo lo anterior, hay mucho
más que imperativos éticos. Se necesita
una verdadera experiencia espiritual
del valor absoluto de cada persona,
junto a la fuerza que suele brotar de
toda mística auténtica. La exhortación
deja esto muy claro, ya desde el canto
a la alegría con que se abre. Y luego
aprovecha para aliñar con algunos
matices importantes los actuales afanes
de búsqueda de experiencias místicas.
Por ejemplo, “la vuelta a lo sagrado y las
búsquedas espirituales que caracterizan
a nuestra época son fenómenos
ambiguos” (núm. 89), porque “se
debe rechazar la tentación de una
espiritualidad oculta e individualista,
que poco tiene que ver con las
exigencias de la caridad y con la lógica
de la encarnación” (núm. 262). Pues
“la contemplación que deja fuera
a los demás es un engaño” (núm. 281).
No debe de ser casualidad que todas
estas místicas hodiernas que olvidan
la centralidad de los pobres en
la misma experiencia mística sean
luego reticentes a la hora de aceptar
la Encarnación.
4. Una Iglesia para esa misión
Tras estas reflexiones “misioneras”,
siguen otras sobre la Iglesia
hacia dentro, que reclaman “una
impostergable renovación eclesial”
(núm. 27). Esta reclama, empalmando
con lo anterior, que “todos los
cristianos, también los pastores,
están llamados a preocuparse por la
construcción de un mundo mejor” (núm.
183). Más el reconocimiento de que
existen en la Iglesia “unas estructuras
y un clima poco acogedores”, que
contribuyen a que “parte de nuestro
pueblo bautizado no experimente su
pertenencia a la Iglesia” (núm. 63).
En esta línea del cambio estructural,
valgan como ejemplos:
◼ La necesidad de “descentralización”,
porque el papa no debe “reemplazar
a los episcopados locales en el
discernimiento de los problemas”, ni
se le puede pedir a él “una palabra
completa o definitiva sobre las
cuestiones que afectan a la Iglesia y
al mundo” (núms. 16, 184). Ello exige
“escuchar a todos y no solo a algunos
PLIEGO
n o t a s
1. Huelga aclarar que esta sistematización del documento
es totalmente mía, como se verá por lo
que diré al final.
2. En este punto, aunque no lo cite, Francisco me
parece muy cercano al economista suizo J. Ziegler,
vicepresidente del Consejo de Derechos Humanos
de la ONU, quien sostiene que en nuestro mundo
de hoy “cada niño que muere de hambre es un
asesinato”, y que la deuda de los países periféricos
de Europa debería ser auditada y, probablemente,
no debe ser pagada…
3. Así, en la citada demanda de “cambio de actitud
enérgico por parte de los dirigentes políticos” (núm.
58), como también en la advertencia de que, “ante
el conflicto, algunos simplemente lo miran y siguen
adelante como si no pasara nada” (núm. 227).
4. Este tema es mucho más importante de lo que pensamos.
Por eso me atrevo a remitir al apéndice que
le dediqué en Otro mundo es posible… desde Jesús,
Sal Terrae, Santander, 2010, págs. 309-312.
27
Congar, Metz, Gutiérrez… Lo destaco
solo como dato curioso y porque creo
que algunos de estos nombres habrían
aportado posibilidades de formulación
más adaptadas algunas veces a
la hermenéutica del hombre de hoy.
Son solo observaciones accesorias,
hechas a vuela pluma. Lo decisivo es
no olvidar el mensaje central. Ojalá no
lo olvidemos, de veras.
La renovación eclesial
pasa por el Evangelio
JosEP M. ROVIRA BELLOSO
Profesor emérito de la Facultad
de Teología de Cataluña
Evangelii gaudium es la síntesis de
todas las florecillas que el Papa ha
dicho o realizado, aquí y allá, en
estos meses de pontificado, reunidas en
una exhortación apostólica muy cercana
en rango a una encíclica papal. Ahora
ya nadie podrá decir que el contexto no
permite tomar al pie de la letra lo que
el Papa ha dicho de paso, seguramente
con otras palabras, dichas en el avión…
No es nada original decir que
la exhortación se presenta como
el programa del papa Francisco. Este
programa pone de relieve un tema con
muchísimas variaciones: la renovación
eclesial coincide con una Iglesia
que escucha a fondo el Evangelio de
Jesús y, por tanto, es fiel a su misión
evangelizadora. Cada cristiano
encontrará el don del sentido de la vida
si es fiel al testimonio evangelizador,
fruto de vivir la Palabra de Dios que es
Jesucristo y de expresarla con palabras
humanas que nos acercan a la gente.
Para exponer con objetividad las
grandes líneas de este programa, no hay
más que transcribir algo que el papa
Francisco dice en la Introducción. En
efecto, después de ponderar la alegría
espiritual que comunica la novedad
del Evangelio (núm. 14), expone estas
grandes líneas:
◼ Reforma de la Iglesia a partir de su
misión evangelizadora.
◼ La Iglesia ha de entenderse en
consecuencia como la totalidad
del Pueblo de Dios que evangeliza.
◼ Inclusión social de los pobres en
la sociedad y en la Iglesia.
◼ La paz y el diálogo social.
◼ Las motivaciones espirituales para la
tarea misionera.
Sin olvidar, por fin, las tentaciones
de los evangelizadores y la homilía
de los ministros. La homilía es
importantísima: merece estar entre los
grandes ejes de la exhortación.
Ahora destacaré una serie de puntos
significativos, importantes. Los señalaré
también con objetividad, puesto que
los acompaño con palabras mismas
del Papa; pero con cierta subjetividad,
porque elijo los que me han impactado:
1. Colegialidad. Sinodalidad. Una
llamada a la colegialidad, entendida en
la práctica como “descentralización”
(núm. 16). También en el núm. 33 se
alude a la sinodalidad: “Lo importante
es no caminar solos, contar siempre
con los hermanos y, especialmente,
con la guía de los obispos, en un sabio
y realista discernimiento pastoral”.
2. La parroquia. La parroquia se
supone que está “en contacto con los
hogares y con la vida del pueblo”, para
que “no se convierta en una prolija
estructura separada de la gente o en
grupo de selectos que se miran a sí
mismos” (núm. 28).
3. Jerarquía de verdades. Algunas
verdades reveladas “son más
importantes por expresar más
directamente el corazón del Evangelio.
En este núcleo fundamental, lo que
resplandece es la belleza del amor
salvífico de Dios manifestado en
Jesucristo muerto y resucitado” (núm.
36), según la jerarquía de verdades
enseñada por el Vaticano II, en Unitatis
Redintegratio, núm. 11.
4. “En el mensaje moral de la Iglesia
también hay una jerarquía, en las
virtudes y en los actos que de ellas
proceden. Allí lo que cuenta es, ante
todo, ‘la fe que se hace activa por
la caridad’. Las obras de amor al prójimo
son la manifestación externa más
perfecta de la gracia interior del Espíritu”
(núm. 37). Si no se observa esta armonía
evangélica, solo se dará testimonio
de algunos acentos doctrinales o morales
“sin olor de Evangelio”.
5. Iglesia abierta y misericordiosa.
“La Iglesia esta llamada a ser la casa
abierta del Padre. Uno de los signos
concretos de esa apertura es tener
templos con las puertas abiertas en
todas partes”. (…) “Pero hay otras
puertas que tampoco se deben cerrar.
Todos pueden participar de alguna
manera en la vida eclesial, todos pueden
integrar la comunidad, y tampoco las
puertas de los sacramentos deberían
cerrarse por una razón cualquiera.
Esto vale sobre todo cuando se trata
de ese sacramento que es ‘la puerta’,
el Bautismo. La Eucaristía, si bien
constituye la plenitud de la vida
sacramental, no es un premio para los
perfectos, sino un generoso remedio y
un alimento para los débiles” (núm. 47).
6. “La alegría de vivir frecuentemente
se apaga, incluso en los países ricos”
(núm. 52). He aquí una de las causas:
el becerro de oro “ha encontrado una
versión nueva y despiadada en el
fetichismo del dinero y en la dictadura
de la economía sin un rostro y sin un
objetivo verdaderamente humano” (núm.
55). “Mientras las ganancias de unos
28
EL PROGRAMA
DEL PAPA FRANCISCO
Luis GONZÁLEZ-CARVAJAL
SAN TABÁRBARA
Profesor jubilado de la
Facultad de Teología de la Universidad
Pontificia Comillas
Aunque oficialmente la primera
encíclica del papa Francisco fue
Lumen fidei (29 de junio de 2013),
como estaba redactada prácticamente
en su totalidad por Benedicto XVI,
el tradicional carácter programático
del primer documento de un papa quedó
aplazado para el siguiente, que ha
resultado ser la exhortación apostólica
Evangelii gaudium (24 de noviembre
de 2013). Expresamente, dice en el
núm. 25: “Lo que trataré de expresar
aquí tiene un sentido programático y
consecuencias importantes”.
LA BARCA DE PEDRO
ABANDONA EL PUERTO
Quizás una “parábola” con la que
Joseph Bouchaud expresó la impresión
producida por Juan XXIII podríamos
aplicarla con más motivo todavía
al papa Francisco. Además de algunas
adaptaciones obvias, voy a resumirla,
porque el texto original tiene cinco
páginas:
Había una vez un barco, un viejo
y hermoso barco que llevaba mucho
tiempo anclado en el muelle. La vida
a bordo tenía distinción. Los oficiales
estaban ataviados con uniformes de
distintos colores –negros los de más baja
graduación, violáceos y rojos otros–, a
los que algunos habían añadido adornos
(capas, armiños, condecoraciones…).
Las relaciones entre los mandos
superiores y los subalternos se regían
por un ceremonial cargado de ampulosos
ritos y reverencias. En realidad, la vida a
bordo resultaba fácil porque todo cuanto
había que hacer u omitir estaba regulado
por un reglamento muy preciso que
todos observaban escrupulosamente.
Como es lógico, en el barco había
también marineros, aunque apenas
se les veía en cubierta. Trabajaban en
las bodegas y en la sala de máquinas, a
pesar de que el cuidado de los motores
11. La idea y la realidad. “No poner
en práctica, no llevar a la realidad
la Palabra, es edificar sobre arena,
permanecer en la pura idea y degenerar
en intimismos y gnosticismos
que no dan fruto, que esterilizan
su dinamismo” (núm. 233).
12. El diálogo social como
contribución a la paz. “En el diálogo con
los hermanos ortodoxos, los católicos
tenemos la posibilidad de aprender algo
más sobre el sentido de la colegialidad
episcopal y sobre su experiencia de
la sinodalidad. (…) El Espíritu puede
llevarnos cada vez más a la verdad
y al bien” (núm. 246).
“Un diálogo en el que se busquen la
paz social y la justicia es en sí mismo,
más allá de lo meramente pragmático,
un compromiso ético que crea nuevas
condiciones sociales”, hasta encontrar
“purificación y enriquecimiento”
(núm. 250).
“Los creyentes nos sentimos cerca
también de quienes [aun siendo no
creyentes] buscan sinceramente la
verdad, la bondad y la belleza, que para
nosotros tienen su máxima expresión
y su fuente en Dios” (núm. 257).
La exhortación acaba con la confianza
plena en la intercesión de María,
a quien dirige una bellísima plagaria.
Aviso: quienes encuentren muy
larga la exhortación, y esto les tiente
a no leerla, no se desanimen.
La pueden tomar como un libro
de lectura espiritual, del que es bueno
leer cuatro páginas diarias.
pocos crecen exponencialmente, las de
la mayoría se quedan cada vez más lejos
del bienestar” (núm. 56). Todo por los
intereses de “un mercado divinizado”
(Ibid.). Es necesaria una “reforma
financiera que no ignore la ética”
(núm. 58).
7. Un cristianismo de devociones
dispersas se contrapone a un
cristianismo de fe, esperanza y caridad
como respuesta a Cristo, centro y
fundamento de todo el proceso de la fe:
“Hay cierto cristianismo de devociones
propio de una vivencia individual
y sentimental de la fe” (núm. 70). Pero
no se debe juzgar negativamente a quien
tiene devociones que dan sentido a
su vida, cuando estas devociones llevan
al sujeto que las practica al amor
a sus hermanos.
8. ¿Cómo entender la Iglesia? El
Pueblo de Dios que evangeliza “hunde
sus raíces en la Trinidad, pero tiene
su concreción en la historia de un
Pueblo peregrino y evangelizador, lo
cual siempre trasciende toda necesaria
expresión institucional (núm. 111).
“La Iglesia tiene que ser el lugar de
la misericordia gratuita, donde todo
el mundo pueda sentirse acogido,
amado, perdonado y alentado a vivir
según la vida buena del Evangelio”
(núm. 114). La Iglesia ha de fomentar
la “inculturación” (la revelación
presentada a partir y en la cultura
aborigen) y el “sentido de la fe” del
Pueblo fiel. Así, la “piedad popular” es
la revelación expresada en la “cultura
de los sencillos” (núms. 122-126).
9. “El kerygma es trinitario”. (El
kerygma es el primer anuncio explícito
de Cristo, “que debe ocupar el centro
de la actividad evangelizadora”). “Es
el fuego del Espíritu que se dona en
forma de lenguas y nos hace creer
en Jesucristo, que, con su muerte y
resurrección, nos revela y nos comunica
la misericordia infinita del Padre”
(núm. 164).
10. “Evangelizar es hacer presente
en el mundo el Reino de Dios” (núm.
176). “El kerygma tiene un contenido
ineludiblemente social: en el corazón
mismo del Evangelio está la vida
comunitaria y el compromiso con los
otros. El contenido del primer anuncio
tiene una inmediata repercusión moral
cuyo centro es la caridad” (núm. 177).
PLIEGO
29
no era demasiado importante en un
navío que no abandona nunca el puerto.
Las señoras venerables que paseaban
por el muelle se decían unas a otras:
“Ese barco es mi preferido; es un barco
muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.
Un día se jubiló el capitán y,
cumpliendo el reglamento de régimen
interno, los oficiales de uniforme rojo
se reunieron para nombrar un nuevo
capitán y eligieron a uno de ellos, ya
de edad avanzada, que subió con cierta
dificultad la escalera que conduce
al puesto de mando. Y, de repente, se
le oyó decir algo que dejó petrificados
a todos: “Levad anclas, ¡rumbo a
la mar!”. Uno de los oficiales se atrevió
a preguntar: “¿Hemos entendido bien?
¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió
con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo
a alta mar!”.
Entre los oficiales se extendió un
murmullo que acabó convirtiéndose en
clamor: “¡Está completamente loco, se va
a hundir el barco!”. En cambio, muchos
marineros se alegraron, viendo que se
acababa la monotonía.
Cuando la tierra desapareció de la
vista se desencadenó una tempestad,
y entonces todos cayeron en la cuenta
de que el reglamento vigente en el
puerto no servía para alta mar. Algunos
gritaban, muertos de miedo: “Volvamos
al puerto, que nos hundimos”; pero,
al fin y al cabo, los barcos están hechos
para navegar. Y empezó a cambiar
el reglamento1.
El programa del papa Francisco es,
en esencia, una pastoral misionera; y
una pastoral misionera no espera a que
la gente visite el barco, sino que va a
buscarla allá donde esté. Dicho como
en la parábola de Bouchaud, el barco
abandona el puerto y pone rumbo a alta
mar. La Iglesia –dice el Papa– debe ser
una comunidad “en salida” (EG, 23). Y no
le preocupan los riesgos que pueda correr
el barco alejándose del puerto: “Prefiero
–dice– una Iglesia accidentada, herida
y manchada por salir a la calle, antes
que una Iglesia enferma por el encierro
y la comodidad de aferrarse a las propias
seguridades” (EG, 49).
El papa Francisco coincide con la
parábola en que el reglamento válido
para el puerto no sirve para alta mar:
“La pastoral en clave de misión pretende
abandonar el cómodo criterio pastoral
del ‘siempre se ha hecho así’” (EG,
33). “En su constante discernimiento,
la Iglesia puede llegar a reconocer
costumbres propias no directamente
ligadas al núcleo del Evangelio
[… que] pueden ser bellas, pero ahora
no prestan el mismo servicio en orden
a la transmisión del Evangelio. No
tengamos miedo de revisarlas” (EG, 43).
UNA IGLESIA CON RO STRO AMABLE
Una pastoral misionera requiere
también que el barco de la Iglesia
resulte acogedor para quienes suban
a bordo.
La Iglesia –dice el Papa– debe tener
las puertas abiertas. “Uno de los signos
concretos de esa apertura es tener
templos con las puertas abiertas en
todas partes. (…) Pero hay otras puertas
que tampoco se deben cerrar. Todos
pueden participar de alguna manera en
la vida eclesial, todos pueden integrar
la comunidad, y tampoco las puertas de
los sacramentos deberían cerrarse por
una razón cualquiera. Esto vale sobre
todo cuando se trata de ese sacramento
que es “la puerta”, el Bautismo. (…)
A menudo nos comportamos como
controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es
una aduana; es la casa paterna donde
hay lugar para cada uno con su vida
a cuestas” (EG, 47).
En mi opinión, esto habría requerido
un poco más de precisión. Leído así,
podría parecer que no debemos ver
problema en admitir al bautismo o al
sacramento del matrimonio a personas
que lo solicitan por no disgustar a
los abuelos o porque es más vistosa
la ceremonia en la iglesia que en el
juzgado, lo cual arruinaría todos los
esfuerzos hechos después del Concilio
para que los sacramentos no sean actos
sociales, sino celebraciones de la fe.
Ciertamente, no puede ser eso lo que el
Papa tiene en la mente, puesto que más
adelante critica que “en muchas partes
hay una sacramentalización sin otras
formas de evangelización” (EG, 63).
El ejemplo que empleó en la homilía
del 25 de mayo en la capilla de Santa
Marta es fundamental para entender
que no está cuestionando la necesidad
de la fe para recibir esos sacramentos,
sino el rigorismo moral: imaginemos
–dijo– una madre soltera que va a
la parroquia para bautizar al niño y
le niegan el sacramento por no estar
casada. “Esta joven, que tuvo la valentía
de llevar adelante el embarazo y no
abortar, ¿qué encuentra? Una puerta
30
‘ley de gradualidad’ –dice– no puede
identificarse con la ‘gradualidad de la
ley’, como si hubiera varios grados o
formas de precepto en la ley divina para
los diversos hombres y situaciones”
(FC, 34 e). En cambio, el papa Francisco
no pone el acento en lo que les falta
para alcanzar el ideal ético, sino en lo
que han conseguido: “Sin disminuir
el valor del ideal evangélico, hay que
acompañar con misericordia y paciencia
las etapas posibles de crecimiento de las
personas que se van construyendo día
a día. A los sacerdotes les recuerdo que
el confesionario no debe ser una sala de
torturas, sino el lugar de la misericordia
del Señor que nos estimula a hacer
el bien posible. Un pequeño paso, en
medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la
vida exteriormente correcta de quien
transcurre sus días sin enfrentar
importantes dificultades” (EG, 44).
Además, poco antes había dicho que “la
Eucaristía, si bien constituye la plenitud
de la vida sacramental, no es un premio
para los perfectos, sino un generoso
remedio y un alimento para los débiles.
Estas convicciones también tienen
consecuencias pastorales que estamos
llamados a considerar con prudencia y
audacia” (EG, 45; las cursivas son mías).
Así pues, la exhortación apostólica
anuncia posteriores concreciones.
La cuestión decisiva es quién las hará.
Recordemos la famosa frase del Conde
de Romanones, que se ha convertido
en un aforismo: “Hagan otros
las leyes y que me dejen a mí hacer
los reglamentos”, porque “con un
reglamento a mi gusto, convierto en
ineficaz la ley que más me disgusta”3.
Eso pasó en buena parte con “las leyes”
hechas por el Vaticano II y podría volver
a ocurrir con las del papa Francisco.
Pero si los posteriores “reglamentos”
fueran más tolerantes que los actuales,
nadie debería escandalizarse, dado que
estamos viviendo con toda naturalidad
esa tolerancia en los temas de moral
social, al no negar la comunión
eucarística a muchos cristianos que
están muy lejos de vivir las exigencias
sociales del cristianismo.
Naturalmente, muchas más cosas
merecerían ser comentadas, pero
el espacio disponible en estas páginas
impone unos límites.
podría invitar –no como ideal absoluto,
pero sí como el único ideal que en estos
momentos está a su alcance– a poner
fin a la promiscuidad e intentar vivir
un amor fiel con un solo compañero o
compañera que sea expresión de una
unidad espiritual.
Esto es lo que en moral llamamos
ley de la gradualidad (de hecho, el
Papa cita a pie de página el núm. 34
de la Familiaris consortio, en el que
Juan Pablo II la menciona). La ley de
la gradualidad dice, en esencia, que,
si somos incapaces de vivir en estos
momentos alguno de los ideales éticos
propuestos por el Evangelio, debemos
establecer una sucesión de objetivos
posibles, entendiéndolos como etapas
intermedias de un itinerario de
perfeccionamiento continuo que vaya
acercándonos poco a poco a la meta.
La pregunta que surge es si esas
personas podrían recibir la comunión
sin haber llegado a la meta. A la luz
del tratamiento dado por Juan Pablo II
a la ley de la gradualidad, la respuesta
solo puede ser negativa. Con lenguaje
del mundo de la educación, él no
admitía ninguna “adaptación curricular
significativa” que permitiera aprobar a
quienes no fueran capaces de alcanzar
los objetivos generales: “La llamada
cerrada. Esto les sucede a muchas. Esto
no es un buen celo pastoral. Aleja del
Señor, no abre las puertas. Y así, cuando
vamos por este camino, con esta actitud,
no hacemos bien a la gente, al Pueblo de
Dios. Jesús instituyó siete sacramentos
y nosotros, con esta actitud, instituimos
el octavo, el sacramento de la aduana
pastoral”2.
CONTRA EL RIGORISMO MORAL
“La Iglesia –dice la exhortación
apostólica– tiene que ser el lugar de
la misericordia gratuita, donde todo el
mundo pueda sentirse acogido, amado,
perdonado y alentado a vivir según
la vida buena del Evangelio” (EG, 114).
“La tarea evangelizadora (…) procura
siempre comunicar mejor la verdad del
Evangelio en un contexto determinado,
sin renunciar a la verdad, al bien
y a la luz que pueda aportar cuando
la perfección no es posible” (EG, 45;
las cursivas son mías).
Las últimas palabras me parecen
muy importantes, porque a veces lo
mejor es enemigo de lo bueno –algo
ignorado a menudo durante los
pontificados anteriores– y podrían ser
liberadoras para muchos que están
viviendo situaciones difíciles. Pongamos
un ejemplo concreto referido a los
cristianos que tienen una orientación
homosexual. La doctrina oficial de la
Iglesia dice que, sin renunciar al amor
ni a la creatividad en el servicio a los
demás, deben renunciar a la actividad
y a las expresiones homosexuales.
Ciertamente, no es un ideal inasequible,
puesto que muchos de ellos lo
consiguen (igual, por otra parte, que
muchas personas heterosexuales, sin
tener vocación de célibes, renuncian
a mantener relaciones sexuales por
haberse quedado solteras contra su
voluntad, haber enviudado o haberse
divorciado; y eso no les impide
mantener la alegría de vivir porque
realizan una magnífica labor en el
campo del arte, de la ciencia, de la
educación o del voluntariado social y
eclesial). Sin embargo, hay también
otros cristianos homosexuales que
no se sienten capaces de alcanzar ese
ideal ético y están practicando una
sexualidad muy activa y promiscua.
A la luz del núm. 45 de la EG, se les
PLIEGO
n o t a s
1. La parábola es de Joseph BOUCHAUD, Los cristianos
del primer amor, Sociedad de Educación Atenas,
Madrid, 1972, pp. 83-87.
2. FRANCISCO, Meditaciones durante las misas celebradas
en la capilla de Santa Marta: Ecclesia,
nº 3.690-3.691 (31 de agosto y 7 de septiembre
de 2013), 1.289.
3. CONDE DE ROMANONES, Breviario de política
experimental, Ed. Plus Ultra, Madrid, 1974, p. 89.