El reciente (18 Enero 2014) y excelente artículo de
KOLDO ALDAI,
lúcido, luminoso, ardiente,
valiente
un brillante “alegato”
antimilitarista,
merece mi especial atención e
inevitable difusión.
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"¡No
subáis a esos vagones.
Los
soldados franceses son vuestros hermanos…!",
gritaba
ahora hace cien años una heroica Roxa
Luxemburgo.
En las
plazas, en las estaciones de tren alemanas se dejaba la garganta,
se dejaba
la vida.
Pero subimos,
subieron.
En realidad hemos
subido hasta ayer mismo a todos los vagones que nos llevaban a la guerra.
Recién hacemos caso al
llamado de la líder visionaria y de sus compañeros "espartacos" para
evitar la conflagración fraticida.
Tras la fallida exhortación
antimilitarista, vendrían
los
nueve millones
de combatientes muertos,
el
hambre,
la
destrucción
y
las epidemias.
Gracias a Dios también los
cuatro imperios menguados o desaparecidos.
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Ha tenido que pasar un siglo para saber que no
deberemos volver a tomar esos trenes. Han corrido ya cien años, pero deberemos
sujetar bien la memoria. El dolor multiplicado nos ha pisado hasta ayer los
talones. El dolor masificado ha sido el detonador de una siempre cara
comprensión colectiva.
A la vuelta de siglos de confrontación tocaba abrazar
ya una conciencia planetaria. Sólo se nos encendió la bombilla a punto de terminar de
matarnos en esa guerra grande y en la que vino después.
Los aniversarios son una oportunidad para afinar el
oído y tratar de atender a lo que nos susurra la historia.
No podemos prescindir de tal cúmulo
de sufrimiento
y por ende de enseñanza.
Sin ésta última no podremos construir
el otro futuro.
Se cumplen cien años de aquellos barros, de aquellas
trincheras en las que se desangró la juventud europea. De aquella orgía de
mutua destrucción que sacudió el viejo continente, emerge una Europa cada vez más unida.
Nadie se burle de las urnas que se abrirán el próximo
mayo. Nadie dibuje tampoco “Europas” imposibles, estamos de camino.
1914 era ayer mismo.
Volvamos sobre la historia para no tener
que repetir el trance acontecido:
para no vernos en la obligación
de cargar de nuevo las bayonetas,
salir de la infecta guarida y
correr a matar al “contario”,
también hijo de una madre,
también suprema creación de
Dios.
“Contrario”, “enemigo”…..
malditas palabras que permanecieron más
tiempo de lo debido en nuestros vocabularios.
Se graben en las retinas de los jóvenes
aquellos escenarios de nunca jamás.
Si sobreviene la amnesia, podemos atraer
de nuevo a la catástrofe. Recordar aquellas trincheras
para nunca más volverlas
a cavar,
para nunca más pelearnos
contra el hermano,
aunque hable otra lengua
y
vista otro uniforme.
Recordar aquellos barros para nunca más
hundirnos en ellos.
En el centenario de la primera Guerra
Mundial, no sólo logaritmos y prospecciones de mercado, también memoria en las
aulas.
Hoy más que nunca humanidades en las
institutos y universidades, para valorar el presente, para agradecer a quienes
lo labraron en duros campos de tantas batallas.
Bienvenidos los centenarios, si nos sirven
para concluir que nada es gratuito y menos el ahora privilegiado; para tomar
conciencia de la deuda nada desdeñable. Se alejan aquellas cornetas y todas sus
heridas, aquellas patrias y toda su servidumbre, aquellas trincheras y todos
sus infiernos.
Nunca más la guerra, menos aún de aquellas
que no tuvieron ni principios, ni fronteras. Ceda aquella prehistoria del
hombre contra el hombre.
Que el dolor no haya sido en
balde.
Que traiga para siempre su
debida recompensa
en forma de un continente
unido,
en forma de perenne paz y
sentimiento de profunda fraternidad.
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