VIA CRUCIS 2018
Señor Jesús,
nuestra mirada está dirigida a ti,
llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza.
Vergüenza
La vergüenza de haber huido ante la prueba a pesar de haber dicho miles de veces “incluso si todos te abandonan, yo no te abandonaré jamás”.
La vergüenza de haber elegido
a Barrabás y no a ti,
el poder y no a ti,
la apariencia y no a ti,
el dinero y no a ti,
la mundanidad y no la eternidad.
La vergüenza por haberte tentado con la boca y con el corazón cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote:
“Si tú eres el Mesías, sálvate y creeremos”.
La vergüenza por tantas personas, incluso algunos de tus ministros,
que se han dejado engañar por la ambición y por la vanagloria
perdiendo su dignidad y su primer amor.
La vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y por las guerras;
un mundo devorado por el egoísmo
donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.
un mundo devorado por el egoísmo
donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados.
La vergüenza de haber perdido la vergüenza.
¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa vergüenza!
Arrepentimiento
Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que, delante de tu silencio elocuente, suplica tu misericordia:
Un arrepentimiento que germina ante la certeza de que
sólo tú puedes salvarnos del mal,
sólo tú puedes cura nuestra lepra de odio,
de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de codicia, de idolatría,
sólo tú puedes abrazarnos
devolviéndonos la dignidad filiar y alegrarte por nuestro regreso a casa, a la vida.
El arrepentimiento que surge de sentir nuestra pequeñez, nuestra nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por su dulce y poderosa invitación a la conversión.
El arrepentimiento de David que, desde el abismo de su miseria, encuentra en ti su única fuerza.
El arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre y encuentre en ti su única fuente de plenitud y de quietud.
El arrepentimiento de Pedro que, cruzando su mirada con la tuya,
llora amargamente por haberte negado delante de los hombres.
Esperanza
Ante tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza para que sepamos que tu única medida de amarnos es la de amarnos sin medida.
La esperanza de que tu mensaje continúe inspirando, todavía hoy, a tantas personas y pueblos a que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, sólo el perdón puede derrotar el rencor y la venganza, sólo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo del otro.
La esperanza de que tu sacrificio continúa, todavía hoy, emanando el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este mundo devorado por la lógica del beneficio y de la ganancia fácil.
La esperanza de que tantos misioneros y misioneras continúen hoy desafiando la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando sus vidas para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos en los encarcelados.
La esperanza de que tu Iglesia santa, y constituida por pecadores, continúe, incluso hoy, a pesar de todos los intentos de desacreditarla, siendo una luz que ilumine, anime, alivie y testimonie tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad.
La esperanza de que, de tu cruz, fruto de la codicia y de la cobardía de tantos doctores de la Ley y de los hipócritas, surja la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el resplandor del alba del Domingo sin atardecer, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.
Señor Jesús, ¡ danos siempre la gracia de la santa esperanza !
Ayúdanos, Hijo del Hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda, y de los miopes y de los corruptos que han visto en ti una oportunidad de explotar, un condenado al que criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para atribuir a los demás, e incluso a Dios, las propias culpas.
Te pedimos, en cambio, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el buen ladrón que te miró con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que con ojos de fe vio en tu aparente derrota la victoria divina, y así, arrodillados delante de tu misericordia, y con honestidad, ganó el paraíso.
Amén.^
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