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jueves, 16 de mayo de 2013

FÁTIMA - 6ª Aparición de LA VIRGEN



Aparición del 13 de octubre de 1917


Durante la noche del 12 al 13 de octubre había llovido permanentemente, empapando el suelo y a los miles de peregrinos que viajaban a Fátima de todas partes. A pie y por carro venían, entrando a la zona de Cova por el camino de Fátima – Leiria, que hoy día todavía pasa frente a la gran plaza de la Basílica. De ahí bajaban hacia el lugar de las apariciones. Actualmente en ese lugar está la capillita moderna de vidrio, encerrando la primera que se construyó y la estatua de Nuestra Señora del Rosario de Fátima donde estaba la encina.

En cuanto a los niños, lograron llegar a Cova entre las adulaciones y el escepticismo que los había perseguido desde mayo. Cuando llegaron encontraron actitudes críticas que cuestionaban su veracidad y la puntualidad de la Señora, quien había prometido llegar al mediodía. Ya habían pasado las doce según la hora oficial del país. Sin embargo cuando el sol había llegado al cenit la Señora se apareció como había dicho.


¿Qué quieres de mí?

Quiero que se construya una capilla aquí en mi honor. Quiero que continuéis rezando el Rosario todos los días. La guerra pronto terminará y los soldados regresarán a sus hogares.

Si, Si
¿Me dirás tu nombre?

Yo soy la Señora del Rosario

Tengo muchas peticiones de muchas personas. ¿Se las concederás?

Algunas serán concedidas y otras las debo negar. Las personas deben rehacer sus vidas y pedir perdón por sus pecados. No deben ofender más a nuestro Señor. ¡Ya es ofendido demasiado!

¿Y eso es todo lo que tienes que pedir?

No hay nada más.


Mientras la Señora del Rosario se elevaba hacia el este, dirigió las palmas de sus manos hacia el cielo oscuro. Aunque la lluvia había cedido, las nubes continuaban oscureciendo el sol, que de repente se vio como un suave disco de plata.

"¡Miren el sol!"

En este momento dos distintas apariciones pudieron ser vistas, el fenómeno del sol presenciado por los 70.000 espectadores y aquella que fue vista sólo por los niños. LUCÍA describe esta aparición en su diario.

“Después de que la Virgen desapareció en la inmensa distancia del firmamento, vimos a San José y al Niño Jesús que parecían estar bendiciendo el mundo, ya que hacían la señal de la cruz con sus manos. Un poco después cuando esta aparición terminó, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, me parece que era la Dolorosa. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo al igual que lo había hecho San José. Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra Señora una vez más, parecida a nuestra Señora del Carmen (Sólo LUCÍA vio la última aparición, anticipando su entrada al Carmelo unos años después).


Estas serían las últimas apariciones en Fátima para Jacinta y Francisco. Sin embargo a LUCÍA Nuestra Señora se le apareció una séptima vez en 1920, como lo había prometido en la aparición del mes de mayo. Esta vez LUCÍA estaba orando en la Cova, antes de dejar Fátima para ir a un internado de niñas. La Señora vino para alentarla a que se dedicara enteramente a Dios.

Mientras los niños veían las diversas apariciones de Jesús, María y San José, la multitud presenció un prodigio diferente, el ahora conocido como el famoso milagro del sol. Entre los testigos estaban entre otros, los siguientes periódicos que publicaron las reseñas simplificadas aquí:


O Século
(Un periódico de Lisboa pro gobierno y anticlerical)

Desde el camino donde estaban estacionados los vehículos, cientos de personas se habían quedado, ya que no querían ensuciarse de barro, uno podía ver la gran multitud volverse hacia el sol, que parecía sin nubes y estaba en su apogeo. Parecía una placa de pura plata y se podía mirar fijamente sin molestar. Pudo haber sido un eclipse que tenía lugar en ese momento. Pero de repente se produjo un gran grito, y uno podía escuchar a los espectadores más cercanos decir:



¡Un milagro! ¡Un milagro!

Ante el asombro reflejado en los ojos de los espectadores, cuya semblanza era bíblica ya que todos tenían la cabeza descubierta, y que buscaban ansiosamente algo en el cielo, el sol temblaba, hizo ciertos movimientos repentinos fuera de las leyes cósmicas. El sol "danzaba" según las expresiones típicas de la gente.

Había un viejecito parado en las escaleras de un autobús con su rostro mirando al sol, que recitaba el credo en alta voz. Pregunté quien era y me dijeron que era el señor Joao da Cunha Vasconcelos. Lo vi. después dirigiéndose a los que estaban a su alrededor con sus sombreros puestos y les imploró vehementemente que se descubrieran sus cabezas ante tan extraordinario milagro.

Las gentes se preguntaban los unos a los otros lo que habían visto. La gran mayoría admitió ver el sol danzando y temblando. Otros afirmaban que habían visto el rostro de la Virgen Santísima. Otros juraron que vieron el sol girar como una rueda que se acercaba a la tierra como si fuera a quemarla con sus rayos. Algunos dijeron haber visto cambios de colores sucesivamente”.






O Día
(Otro diario de Lisboa, edición 17 de octubre de 1917)

“A la una en punto de la tarde, mediodía solar, la lluvia cesó, el cielo de color gris nacarado iluminaba la vasta región árida con una extraña luz. El sol tenía como un velo de gasa transparente que hacía fácil el mirarlo fijamente. El tono grisáceo se tornó en una lámina de plata que se rompió cuando las nubes se abrían y el sol de plata envuelto en el mismo velo de luz gris, se vio girar y moverse en el círculo de las nubes abiertas. De todas las bocas se escuchó un gemido y las personas cayeron de rodillas sobre el suelo fangoso…..

La luz se tornó en un azul precioso, como si atravesara el vitral de una catedral y esparció sus rayos sobre las personas que estaban de rodillas con los brazos extendidos. El azul desapareció lentamente y luego la luz pareció traspasar un cristal amarillo. La luz amarilla tiñó los pañuelos blancos y las faldas oscuras de las mujeres. Lo mismo sucedió en los árboles y en las piedras. La gente lloraba y oraba con la cabeza descubierta ante la presencia del milagro que habían esperado. Los segundos parecían como horas, así de intensos eran”.



Ti Marto
(Padre de Jacinta y Francisco)

“Podíamos mirar con facilidad el sol, que por alguna razón no nos cegaba. Parecía titilar primero en un sentido y luego en otro. Sus rayos se esparcían en muchas direcciones y pintaban todas las cosas en diferentes colores, los árboles, la gente, el aire y la tierra. Pero lo más extraordinario para mi era que el sol no lastimaba nuestros ojos. Todo estaba tranquilo y en silencio y todos miraban hacia arriba. De pronto pareció que el sol dejó de girar. Luego comenzó a moverse y a danzar en el cielo, hasta que parecía desprenderse de su lugar y caer sobre nosotros. Fue un momento terrible”.



María Capelinha
(Una de las primeras creyentes)

“El sol transformó todo de diferentes colores: amarillo, azul y blanco. Entonces se sacudió y tembló. Parecía una rueda de fuego que caía sobre la gente. Empezaron a gritar "¡nos va ha matar a todos!". Otros imploraban a Nuestro Señor para que los salvara, recitando el acto de contrición. Una mujer comenzó a confesar sus pecados en voz alta, diciendo que había hecho esto y aquello…….

Cuando al fin el sol dejó de saltar y de moverse todos respiramos aliviados. Aun estábamos vivos, y el milagro predicho por los niños fue visto por todos.

Yo estaba mirando hacia el lugar de las apariciones, esperando serena y fríamente que algo sucediera, y con una curiosidad en descenso por que había pasado mucho tiempo sin que sucediera nada que me llamara la atención, entonces escuché miles de voces gritar y vi que la multitud de pronto se volvió hacia el lado contrario, de espalda a la dirección a la que prestaba yo atención y miré al cielo del lado opuesto.

La hora oficial era cerca de las 2 de la tarde, alrededor del medio día solar. EL sol unos momentos antes había aparecido entre unas nubes, las cuales lo ocultaban, y brillaba clara e intensamente. Yo me volví hacia lo que parecía atraer todas las miradas y lo vi como un disco con un aro claramente marcado, luminoso y resplandeciente, pero que no hacía daño a los ojos.

No estoy de acuerdo con la comparación que he escuchado en Fátima: la de un pesado disco plateado. Era un color más claro rico y resplandeciente que tenía algo del brillo de una perla. No se parecía en nada a la luna en una noche clara porque al verlo y sentirlo parecía un cuerpo vivo. No era una esfera como la luna ni tenía el mismo color o matiz. Perecía como una rueda de cristal hecha de la madre de todas las perlas. No se podía confundir con el sol visto a través de la neblina (por que no había neblina en ese momento), porque no era opaca, difusa ni cubierta con un velo. En Fátima daba luz y calor y aparentaba un claro cofre con un arco bien difundido”.







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