Aparición
del 13 de octubre de 1917
Durante la noche del 12 al 13 de
octubre había llovido permanentemente, empapando el suelo y a los miles de
peregrinos que viajaban a Fátima de todas partes. A pie y por
carro venían, entrando a la zona de Cova por el camino de Fátima
– Leiria, que hoy día todavía pasa frente a la gran plaza de la Basílica. De ahí
bajaban hacia el lugar de las apariciones. Actualmente en ese lugar está la capillita moderna de vidrio, encerrando
la primera que se construyó y la estatua
de Nuestra Señora del Rosario de Fátima donde estaba la
encina.
En cuanto a los niños, lograron
llegar a Cova entre las adulaciones
y el escepticismo que los había perseguido desde mayo. Cuando llegaron
encontraron actitudes críticas que cuestionaban su veracidad y la puntualidad
de la Señora , quien había prometido llegar al mediodía.
Ya habían pasado las doce según la hora oficial del país. Sin embargo cuando el
sol había llegado al cenit la Señora se apareció
como había dicho.
¿Qué quieres de mí?
Quiero que se
construya una capilla aquí en mi honor. Quiero que continuéis rezando el
Rosario todos los días. La guerra pronto terminará y los soldados regresarán a
sus hogares.
Si, Si
¿Me dirás tu nombre?
Yo soy la Señora
del Rosario
Tengo muchas peticiones de muchas personas. ¿Se las concederás?
Algunas serán
concedidas y otras las debo negar. Las personas deben rehacer sus vidas y pedir
perdón por sus pecados. No deben ofender más a nuestro Señor. ¡Ya es ofendido
demasiado!
¿Y eso es todo lo que tienes que pedir?
No hay nada más.
Mientras la
Señora del Rosario
se elevaba hacia el este, dirigió las palmas de sus manos hacia el cielo
oscuro. Aunque la lluvia había cedido, las nubes continuaban oscureciendo el
sol, que de repente se vio como un suave disco de plata.
"¡Miren el sol!"
En este momento dos distintas
apariciones pudieron ser vistas, el fenómeno del sol presenciado por los 70.000 espectadores y aquella que fue
vista sólo por los niños. LUCÍA
describe esta aparición en su diario.
“Después de que la Virgen
desapareció en la inmensa distancia del firmamento, vimos a San José y al Niño Jesús que parecían estar bendiciendo el mundo, ya que hacían
la señal de la cruz con sus manos. Un poco después cuando esta aparición
terminó, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, me parece que era la Dolorosa. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo al
igual que lo había hecho San José.
Esta aparición también desapareció y vi a Nuestra
Señora una vez más, parecida a nuestra Señora
del Carmen (Sólo LUCÍA vio la última
aparición, anticipando su entrada al Carmelo unos años después).
Estas serían las últimas
apariciones en Fátima para Jacinta
y Francisco. Sin embargo a LUCÍA Nuestra
Señora se le apareció una séptima vez en 1920, como lo había prometido en la aparición del mes de mayo. Esta
vez LUCÍA estaba orando en la Cova ,
antes de dejar Fátima para ir a un internado de niñas. La Señora
vino para alentarla a que se dedicara enteramente a Dios.
Mientras los niños veían las
diversas apariciones de Jesús, María y San
José, la multitud presenció un prodigio diferente, el ahora conocido como
el famoso milagro
del sol. Entre los testigos estaban entre
otros, los siguientes periódicos que publicaron las reseñas simplificadas aquí:
O Século
(Un periódico de Lisboa pro
gobierno y anticlerical)
Desde el camino
donde estaban estacionados los vehículos, cientos de personas se habían quedado,
ya que no querían ensuciarse de barro, uno podía ver la gran multitud volverse
hacia el sol, que parecía sin nubes y estaba en su apogeo. Parecía una placa de
pura plata y se podía mirar fijamente sin molestar. Pudo haber sido un eclipse
que tenía lugar en ese momento. Pero de repente se produjo un gran grito, y uno
podía escuchar a los espectadores más cercanos decir:
¡Un milagro! ¡Un milagro!
Ante el asombro
reflejado en los ojos de los espectadores, cuya semblanza era bíblica ya que
todos tenían la cabeza descubierta, y que buscaban ansiosamente algo en el
cielo, el sol temblaba, hizo ciertos movimientos repentinos fuera de las leyes
cósmicas. El sol "danzaba" según
las expresiones típicas de la gente.
Había un
viejecito parado en las escaleras de un autobús con su rostro mirando al sol,
que recitaba el credo en alta voz. Pregunté quien era y me dijeron que era el
señor Joao da Cunha Vasconcelos. Lo vi. después
dirigiéndose a los que estaban a su alrededor con sus sombreros puestos y les
imploró vehementemente que se descubrieran sus cabezas ante tan extraordinario
milagro.
Las gentes se
preguntaban los unos a los otros lo que habían visto. La gran mayoría admitió
ver el sol danzando y temblando. Otros afirmaban que habían visto el rostro de la Virgen Santísima. Otros juraron que vieron el sol
girar como una rueda que se acercaba a la tierra como si fuera a quemarla con
sus rayos. Algunos dijeron haber visto cambios de colores sucesivamente”.
O Día
(Otro diario de Lisboa,
edición 17 de octubre de 1917)
“A la una en
punto de la tarde, mediodía solar, la lluvia cesó, el cielo de color gris
nacarado iluminaba la vasta región árida con una extraña luz. El sol tenía como
un velo de gasa transparente que hacía fácil el mirarlo fijamente. El tono
grisáceo se tornó en una lámina de plata que se rompió cuando las nubes se
abrían y el sol de plata envuelto en el mismo velo de luz gris, se vio girar y
moverse en el círculo de las nubes abiertas. De todas las bocas se escuchó un
gemido y las personas cayeron de rodillas sobre el suelo fangoso…..
La luz se tornó
en un azul precioso, como si atravesara el vitral de una catedral y esparció
sus rayos sobre las personas que estaban de rodillas con los brazos extendidos.
El azul desapareció lentamente y luego la luz pareció traspasar un cristal
amarillo. La luz amarilla tiñó los pañuelos blancos y las faldas oscuras de las
mujeres. Lo mismo sucedió en los árboles y en las piedras. La gente lloraba y
oraba con la cabeza descubierta ante la presencia del milagro que habían
esperado. Los segundos parecían como horas, así de intensos eran”.
Ti Marto
(Padre de Jacinta y Francisco)
“Podíamos mirar
con facilidad el sol, que por alguna razón no nos cegaba. Parecía titilar
primero en un sentido y luego en otro. Sus rayos se esparcían en muchas
direcciones y pintaban todas las cosas en diferentes colores, los árboles, la
gente, el aire y la tierra. Pero lo más extraordinario para mi era que el sol
no lastimaba nuestros ojos. Todo estaba tranquilo y en silencio y todos miraban
hacia arriba. De pronto pareció que el sol dejó de girar. Luego comenzó a
moverse y a danzar en el cielo, hasta que parecía desprenderse de su lugar y
caer sobre nosotros. Fue un momento terrible”.
María
Capelinha
(Una de las primeras
creyentes)
“El sol
transformó todo de diferentes colores: amarillo, azul y blanco. Entonces se
sacudió y tembló. Parecía una rueda de fuego que caía sobre la gente. Empezaron
a gritar "¡nos va ha matar a
todos!". Otros imploraban a Nuestro
Señor para que los salvara, recitando el acto de contrición. Una mujer
comenzó a confesar sus pecados en voz alta, diciendo que había hecho esto y
aquello…….
Cuando al fin
el sol dejó de saltar y de moverse todos respiramos aliviados. Aun estábamos
vivos, y el milagro predicho por los niños fue visto por todos.
Yo estaba
mirando hacia el lugar de las apariciones, esperando serena y fríamente que
algo sucediera, y con una curiosidad en descenso por que había pasado mucho
tiempo sin que sucediera nada que me llamara la atención, entonces escuché
miles de voces gritar y vi que la multitud de pronto se volvió hacia el lado
contrario, de espalda a la dirección a la que prestaba yo atención y miré al
cielo del lado opuesto.
La hora oficial
era cerca de las 2 de la tarde, alrededor del medio día solar. EL sol unos
momentos antes había aparecido entre unas nubes, las cuales lo ocultaban, y
brillaba clara e intensamente. Yo me volví hacia lo que parecía atraer todas
las miradas y lo vi como un disco con un aro claramente marcado, luminoso y
resplandeciente, pero que no hacía daño a los ojos.
No estoy de
acuerdo con la comparación que he escuchado en Fátima: la de un pesado disco plateado. Era un color más claro rico
y resplandeciente que tenía algo del brillo de una perla. No se parecía en nada
a la luna en una noche clara porque al verlo y sentirlo parecía un cuerpo vivo.
No era una esfera como la luna ni tenía el mismo color o matiz. Perecía como
una rueda de cristal hecha de la madre de todas las perlas. No se podía
confundir con el sol visto a través de la neblina (por que no había neblina en
ese momento), porque no era opaca, difusa ni cubierta con un velo. En Fátima daba luz y calor y aparentaba un
claro cofre con un arco bien difundido”.
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