ALEGRÍA del EVANGELIO (Evangelii Gaudium)
1
El gran riesgo del mundo actual,
con su múltiple y
abrumadora oferta de consumo,
es una tristeza individualista que brota
del corazón cómodo y avaro,
de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales,
de la conciencia aislada.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses,
ya no hay espacio para
los demás,
ya no entran los pobres,
ya no se escucha la voz
de Dios,
ya no se goza la dulce
alegría de su amor,
ya no palpita el
entusiasmo por hacer el bien.
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2
Hay
cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua.
Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo
en todas las etapas y circunstancias de la vida,
a veces muy duras.
Se adapta y se
transforma,
y siempre permanece al
menos como un brote de luz
que nace de la certeza
personal de ser infinitamente amado,
más allá de todo.
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3
Puedo decir que los
gozos más bellos y espontáneos
que he visto en mis años de vida,
son los de personas muy
pobres
que tienen poco a qué
aferrarse.
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4
¿Llegamos a ser plenamente humanos?
¿Cuándo somos más que
humanos?
Cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros
mismos
para alcanzar nuestro ser más verdadero.
Allí está el manantial de
la acción evangelizadora.
Porque,
si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la
vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
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5
Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal
una palabra definitiva o completa sobre todas las
cuestiones que afectan a la
Iglesia y al mundo.
No es conveniente que
el Papa reemplace
a los episcopados
locales
en el discernimiento de todas las
problemáticas
que se plantean en sus
territorios.
En este sentido,
percibo la necesidad de avanzar en una saludable «descentralización».
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6
Ø La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos
en la vida cotidiana de
los demás,
achica distancias,
se abaja hasta la humillación si es necesario, y
asume la vida humana,
tocando la carne
sufriente de Cristo en el pueblo.
Ø Los evangelizadores tienen así «olor a oveja»
y éstas escuchan su
voz.
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7
v Sueño
con una opción misionera capaz de
transformarlo todo,
para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje
y
toda estructura eclesial
se convierta en un cauce adecuado para
la
evangelización del mundo actual
más que para
la autopreservación.
v La reforma de estructuras
que exige la
conversión pastoral
sólo puede
entenderse en este sentido:
procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras,
que la pastoral ordinaria en todas sus instancias
sea más expansiva y abierta,
que coloque a los agentes pastorales
en constante actitud de salida
y
favorezca así la respuesta positiva
de todos aquellos
a quienes Jesús convoca a su amistad.
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8
Dado que
estoy llamado a vivir lo que pido
a los demás,
también debo
pensar
en una
conversión del papado.
Ø
Me corresponde, como Obispo de Roma,
estar abierto a las
sugerencias que se orienten
a un ejercicio de mi
ministerio
que lo vuelva más
fiel
al sentido que Jesucristo quiso darle
y
a las necesidades actuales de la evangelización.
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9
v
En su constante discernimiento,
no directamente ligadas al núcleo del Evangelio,
algunas muy arraigadas a lo largo de la historia,
que hoy ya no son interpretadas de la misma manera
y cuyo mensaje no suele ser percibido adecuadamente.
Pueden ser bellas,
pero ahora no prestan el mismo
servicio
en orden a la transmisión del
Evangelio.
No tengamos miedo de revisarlas.
v
Del mismo modo,
hay normas o preceptos
eclesiales
que pueden haber sido muy eficaces en otras
épocas
pero que ya
no tienen la misma fuerza educativa
como cauces de vida.
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10
Ø
A los sacerdotes les recuerdo
que el confesionario no debe ser una sala de
torturas
sino el lugar de la misericordia del
Señor
que nos estimula a
hacer el bien posible.
Ø
Un pequeño paso, en medio de grandes
límites humanos,
puede ser más agradable a Dios
que la vida
exteriormente correcta
de quien transcurre sus días sin
enfrentar importantes dificultades.
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11
Salir hacia los demás para llegar a
las periferias humanas
no implica correr hacia el mundo
sin rumbo y sin sentido.
Muchas veces es más bien detener el paso,
dejar de lado
la ansiedad
para mirar a
los ojos y escuchar,
o renunciar a las urgencias para
acompañar
al que se quedó al costado del camino.
A veces es como el padre del hijo
pródigo,
que se queda con las puertas abiertas
para que, cuando regrese, pueda
entrar sin dificultad.
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12
Si la Iglesia entera asume este
dinamismo misionero,
debe llegar a todos, sin
excepciones.
Pero ¿a
quiénes debería privilegiar?
Cuando uno
lee el Evangelio,
se encuentra
con una orientación contundente:
no tanto a los amigos y vecinos ricos
sino sobre todo a los pobres y enfermos,
a esos que suelen ser despreciados y olvidados,
a aquellos que “no tienen con qué recompensarte” (Lc 14,14).
No deben
quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro.
Hoy y siempre,
“los pobres
son los destinatarios privilegiados del Evangelio”,
y la
evangelización dirigida gratuitamente a ellos
es signo
del Reino que JESÚS vino a traer.
Hay que decir
sin vueltas
que existe un
vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres.
Nunca los
dejemos solos.
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13
Prefiero una Iglesia accidentada,
herida y
manchada por salir a la calle,
antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad
de aferrarse a las propias
seguridades.
No quiero una
Iglesia preocupada por ser el centro
y
que termine
clausurada en
una maraña de
obsesiones y procedimientos.
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14
Así como el mandamiento de “no
matar” pone un límite claro
para asegurar el valor de la vida humana,
hoy tenemos
que decir
“NO a una economía de la exclusión y la inequidad”.
Esa
economía mata.
No puede ser que no sea noticia
que muere de frío un anciano en la calle
y que sí lo
sea una caída de dos puntos en la bolsa.
Eso es
exclusión.
No se puede tolerar más que se tire comida
cuando hay gente que pasa hambre.
Eso es
inequidad.
Hoy todo entra dentro del juego de
la competitividad y de la ley del más
fuerte,
donde el poderoso se come al más
débil.
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15
Hoy en muchas partes se reclama
mayor seguridad.
Pero hasta que no se reviertan la
exclusión y la inequidad
dentro de una sociedad y entre los
distintos pueblos
será imposible erradicar
la violencia.
Se acusa de la violencia a los
pobres y a los pueblos pobres
pero,
sin igualdad de oportunidades,
las diversas formas de agresión y
de guerra
encontrarán un caldo de cultivo
que tarde o temprano
provocará su explosión.
Cuando la sociedad local, nacional
o mundial
abandona en la periferia una parte
de sí misma,
no habrá programas políticos ni
recursos policiales o de inteligencia
que puedan asegurar indefinidamente
la tranquilidad.
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16
El individualismo
posmoderno y globalizado
favorece un estilo de
vida
que
debilita el desarrollo
y la estabilidad de
los vínculos entre las
personas,
y que
desnaturaliza los
vínculos familiares.
La acción pastoral debe mostrar mejor todavía que
la relación con nuestro
Padre
exige y
alienta una comunión
que sane,
promueva y afiance los vínculos interpersonales.
Mientras en el mundo, especialmente en algunos países,
reaparecen diversas formas
de guerras y enfrentamientos,
los cristianos insistimos en nuestra propuesta
de reconocer
al otro, de sanar las heridas,
de construir puentes,
de estrechar lazos y de
ayudarnos “mutuamente a
llevar las cargas” (Ga 6,2).
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17
Nuestro dolor y nuestra vergüenza
por los pecados de algunos miembros de la Iglesia ,
y por los propios,
no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor:
Ø ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz
en precarios
hospitales,
Ø
o acompañan personas
esclavizadas por diversas adicciones
en los lugares más
pobres de la tierra,
Ø se desgastan en la educación de niños y jóvenes,
Ø cuidan ancianos abandonados por todos,
Ø tratan de comunicar valores en ambientes hostiles,
Ø se entregan de muchas otras maneras
que muestran ese inmenso amor a la humanidad
que nos ha inspirado el Dios hecho hombre.
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18
La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales
a veces
transmiten una marcada
desconfianza
hacia el mensaje de la Iglesia ,
y un cierto
desencanto.
Como consecuencia,
aunque recen,
muchos agentes
pastorales desarrollan
una especie de complejo de inferioridad
que les lleva a relativizar u ocultar
su identidad cristiana y sus
convicciones.
Se produce entonces un
círculo vicioso,
porque así no son
felices con lo que son y con lo que hacen,
no se sienten
identificados con su misión evangelizadora,
y esto debilita la
entrega.
Terminan ahogando su
alegría misionera en una especie de obsesión por ser como todos
y
por tener lo que poseen los demás.
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19
Una de las tentaciones más serias
que ahogan el fervor y la
audacia
es la
conciencia de derrota
que nos
convierte en
pesimistas quejosos y desencantados
con cara de vinagre.
Nadie puede emprender una lucha si,de antemano,
no confía plenamente en el triunfo.
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20
El ideal cristiano siempre invitará a
superar la sospecha,
la desconfianza permanente,
el temor a ser invadidos,
las actitudes defensivas que nos impone el mundo actual.
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21
Más que el ateísmo,
hoy se nos plantea el
desafío de responder adecuadamente
a la sed de Dios de
mucha gente,
para que no busquen apagarla en propuestas alienantes
o
en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro.
Si no encuentran en la Iglesia
una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de
paz
al mismo tiempo que los
convoque a la comunión solidaria
y
a la fecundidad
misionera,
terminarán engañados
por propuestas que
no humanizan ni dan
gloria a Dios.
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22
La mundanidad
espiritual,
que se esconde detrás de apariencias de religiosidad
e incluso de amor a la Iglesia ,
es buscar,
en lugar de la gloria del Señor,
la gloria humana y el bienestar personal.
Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos:
“¿Cómo es posible que creáis,
vosotros que os glorificáis unos a otros
y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?” (Jn 5,44).
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23
Esta oscura mundanidad
se
manifiesta en muchas actitudes aparentemente opuestas
pero con
la misma pretensión de “dominar el
espacio de la Iglesia ”.
En algunos hay un cuidado
ostentoso de la liturgia, de la doctrina
y
del prestigio de la Iglesia ,
pero sin preocuparles
que el Evangelio tenga una real inserción
en el Pueblo fiel de
Dios
y
en las necesidades
concretas de la historia.
Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo
o
en una posesión de
pocos.
En otros,
la misma
mundanidad espiritual se esconde detrás de
una fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas,
o
en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos,
o
en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y
de realización autorreferencial.
También puede
traducirse en diversas formas de mostrarse a sí mismo
en una densa vida social
llena de salidas,
reuniones, cenas y recepciones.
O bien se despliega en un funcionalismo empresarial,
cargado de estadísticas, planificaciones y evaluaciones,
donde el
principal beneficiario
no es el
Pueblo de Dios
sino la Iglesia como organización.
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24
de
la mujer en la sociedad,
con una sensibilidad, una
intuición y unas capacidades peculiares
que suelen ser más
propias de las mujeres que de los varones.
Por ejemplo:
la especial atención femenina hacia los otros,
que se expresa de un modo particular,
aunque no
exclusivo,
en la
maternidad.
Reconozco con gusto cómo muchas mujeres
comparten responsabilidades pastorales
junto con los sacerdotes,
contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de
grupos
y
brindan nuevos aportes a la reflexión teológica.
Pero todavía es necesario ampliar los espacios
para una presencia femenina más
incisiva en la Iglesia.
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25
Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las
mujeres,
a partir de la firme convicción de que
varón y mujer tienen la misma dignidad,
plantean a la Iglesia profundas
preguntas que la desafían
y
que no se pueden eludir superficialmente.
El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo
Esposo que se entrega en la Eucaristía ,
es una cuestión que no se pone en discusión,
pero puede volverse
particularmente conflictiva
si se identifica
demasiado
la potestad sacramental
con el poder.
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26
Nadie puede exigirnos
que releguemos la religión
a la intimidad secreta
de las personas,
sin influencia alguna
en la vida social y nacional,
sin preocuparnos por
la salud de las instituciones de la sociedad civil,
sin opinar sobre los
acontecimientos que afectan a los ciudadanos.
¿Quién pretendería encerrar en un
templo
y
acallar el mensaje de san Francisco de
Asís
y de la beata Teresa de Calcuta?
Ellos no podrían
aceptarlo.
Una auténtica fe
–que nunca es cómoda e
individualista–
siempre implica un
profundo deseo
de cambiar
el mundo,
de
transmitir valores,
de dejar
algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
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27
Para la Iglesia
la opción por los pobres
es una categoría teológica antes que
cultural, sociológica,
política o filosófica.
Dios les
otorga “su primera misericordia”.
Esta preferencia divina
tiene consecuencias
en la vida de fe de
todos los cristianos,
llamados a tener “los mismos sentimientos
de Jesucristo” (Flp 2,5).
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28
Siempre me angustió la situación de
los que son objeto de las diversas formas de trata de personas.
Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a
todos:
“¿Dónde está tu hermano?”
(Gn 4,9)
¿Dónde está tu hermano
esclavo?
¿Dónde está ese que estás
matando cada día
en el
taller clandestino,
en la red
de prostitución,
en los
niños que utilizas para mendicidad,
en aquel
que tiene que trabajar a escondidas
porque no
ha sido formalizado?
No nos hagamos los
distraídos.
Hay mucho de
complicidad.
¡La pregunta es para
todos!
En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y
aberrante,
y
muchos tienen las manos
preñadas de sangre
debido a la complicidad
cómoda y muda.
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29
Entre esos débiles,
que la
Iglesia quiere cuidar con predilección,
están también los niños por nacer,
que son los más indefensos e inocentes de todos,
a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana
en orden a hacer con ellos lo que se quiera,
quitándoles la vida
y
promoviendo
legislaciones para que nadie pueda impedirlo.
Frecuentemente,
para ridiculizar
alegremente la defensa que
se procura presentar
su postura como algo
ideológico,
oscurantista y conservador.
Sin embargo,
esta defensa de la vida
por nacer
está íntimamente ligada a
la defensa de cualquier derecho humano.
Precisamente
porque es una cuestión
que hace a
la coherencia interna de nuestro mensaje
sobre el
valor de la persona humana,
no debe
esperarse que la Iglesia
cambie su
postura sobre esta cuestión.
Quiero ser completamente
honesto al respecto.
Éste no es un asunto
sujeto a supuestas
reformas o “modernizaciones”.
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30
A veces sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas
del Señor.
Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana,
que toquemos la carne sufriente de los demás.
Espera que renunciemos a buscar
esos cobertizos personales o
comunitarios
que nos permiten mantenernos a
distancia del nudo de la tormenta humana,
para que aceptemos de verdad entrar en contacto
con la
existencia concreta de los otros
y
conozcamos la fuerza de la ternura.
Cuando lo hacemos,
la vida siempre se nos complica
maravillosamente
y
vivimos la intensa experiencia de ser
pueblo,
la experiencia de pertenecer a un
pueblo.
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